Archivos diarios: diciembre 1, 2016

Siamesas unidas por amor a Fidel

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Mayelín

“Yo no conocí al Comandante personalmente, pero le debo mucho a esta Revolución. Mi mamá llevaba dentro de su carnet de impedida y de identidad una foto de Fidel. Antes de fallecer –hace ya cinco años- se quitó el oxígeno y dijo: ¡Viva Fidel!”, recuerda  Mayelín Téllez Bruzón, siamesa nacida en Las Tunas.

Y no faltaban motivos a la señora Adelina para dedicar su último pensamiento al hombre, artífice del desarrollo de la Salud en Cuba. El 18 de diciembre de 1973, esta mujer dio a luz a unas siamesas, unidas por el abdomen. Días después, fueron intervenidas en el hospital Lenin de Holguín, por un equipo multidisciplinario encabezado por el doctor Rafael Vázquez.

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Mayelín y Maylín

Las niñas se convirtieron en las primeras sobrevivientes a una separación quirúrgica en Latinoamérica. El suceso, uno de los más trascendentes en la historia de la medicina cubana, se hizo realidad gracias al desarrollo de esta ciencia tras el triunfo revolucionario en enero de 1959.

“Nos conmovimos mucho con la muerte de nuestro líder y hablo también en nombre de mi hermana Maylín. Precisamente ayer conversé con el médico que nos operó en el Lenin, al que también le estamos agradecidas.”

A estas féminas se les ve caminar las calles de Las Tunas sanas y felices. Ambas son madres y si algo las une más allá de la sangre, del amor, es sin dudas, la gratitud infinita con Fidel. Ellas también son hijas de esta obra que se llama Revolución.

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El abrazo que impulsó a Lídice

OLYMPUS DIGITAL CAMERAEl llanto se traga de a poco su voz. La muerte de Fidel lacera; estruja, fragmenta el corazón. Mira al alrededor y descubre un auditorio enjugando lágrimas. Algo muy dentro, la impulsa a seguir; y lo consigue. Sus relatos traen de vuelta al líder; se siente allí, más vivo que nunca. Quienes la escuchan agradecen el gesto.

“Me hubiese gustado compartir este testimonio en otras circunstancias, hoy lo hago con orgullo, pero también con inmenso dolor”, expresa Lídice Leyva Marrero, funcionaria de Promoción y Educación para la Salud.

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“Tuve el privilegio de conocerlo en el 2003 antes de viajar a Venezuela para prestar colaboración médica. Se reunió con nosotros alrededor de tres horas; él se sentía orgulloso de su ejército de batas blancas.

Después en otro salón donde tuvimos la oportunidad de conversar con más cercanía y le dije: Comandante yo dejo a mi hija de cuatro años y eso me tiene muy deprimida, pero con un abrazo y un beso suyo estoy segura que podré enfrentarlo de otra manera. Fidel me cogió por el brazo y me dio un beso y un abrazo, que los llevaré por siempre.”, recuerda con emoción.

Y a Lídice, la suerte le acompaña. La oportunidad que tantos cubanos deseábamos, tocó dos veces a su puerta. Ella es, sencillamente, una mujer privilegiada. “La segunda vez que lo vi fue antes de partir hacia Pakistán. Yo iba bajando una escalinata junto a un grupo de profesionales de la salud, como soy pequeña mis pasos eran cortos y el guardaespaldas me empujaba. Él se percató y me dijo: venga para acá conmigo para que no la empujen más.”

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A la obra revolucionaria, echa a manos de Fidel, esta mujer debe algo más que su formación como médico, su vida. “Nací ocho años después del triunfo de 1959 en una familia humilde. Mi deuda va más allá de haberme hecho médico, llegué de mi misión en Venezuela con una enfermedad oncohematolológica, y el tratamiento de un mes vale 2000 dólares. En otro país me hubiese muerto porque no puedo pagarlo; sin embargo en Cuba es gratis. Estaré eternamente agradecida a esta Revolución y a nuestro líder.”